—Después de todo, no estás casado. ¿Por qué?
—Como tú. (Se levanta) Yo también tengo vocación.
Cita de la película: Padre Keogh y Anacleto
El demonio, la carne y el perdón es una película totalmente atípica e extremadamente iconoclasta dentro de lo que podríamos del eurowestern. Roy Ward Baker, el director, planteó muchos problemas a la hora de hacerla, ya que estaba muy sorprendido de que le ofrecieran una historia así. No se creía capaz en absoluto de llevarla a buen puerto. Al no ser católico le resultaba imposible entender el comportamiento del personaje del sacerdote. En cierto sentido, esto le molestaba y por este motivo propuso a Luis Buñuel como director; la historia estaba más en la línea del espíritu de su cine y los acercamientos del director con el mundo religioso resultaban siempre muy interesantes. Baker en cambio tenia dificultades para adaptarse al personaje, a la historia y al desarrollo de esa especie de redención a través del amor prohibido.
Finalmente, como Baker tenía un contrato con la productora, se vio obligado a hacer la película un poco a regañadientes. Es más, aunque a Dirk Bogarde sí le gustó mucho el tema, al mismo tiempo, también tenía muchas reservas porque pensaba que no podría entrar en ese universo tan especial. Finalmente, la película se hizo con Roy Ward Baker. El gran problema de la película fue otro, la distribución. Aun a día de hoy, se trata de una película muy poco conocida, de hecho, todavía resulta imposible dar con una copia digna. Aunque lo verdaderamente raro, sería encontrar alguna sinopsis que le haga justicia a esta extraña película tan adelantada a su tiempo. De partida, la cinta supone toda una anomalía dentro de una cinematografía británica poco asidua al cine del lejano oeste.
Inicialmente, se pretendía que Marlon Brando desempeñara el papel del sacerdote. Aunque, por diversas razones muy complicadas, no se dio el caso. Se llegaron a barajar otros nombres que podrían haber asumido ese papel, como el de Charlton Heston. Y de hecho, Heston aceptó hacer la película y se sabe que, tres semanas antes del rodaje, se retiró de la producción al descubrir todos los aspectos ambiguos y homosexuales de la historia. Como los productores querían rodar de todos modos la película, acabaron recurrieron a otro actor británico, John Mills, que asumió el papel, cosa que supuso un verdadero problema para su partenaire (Bogarde).
Como tercer elemento del trío protagonista, se eligió a la actriz francesa Mylène Demongeot. Para el director, siempre supuso un problema de credibilidad que el sacerdote fuera tan viejo y ella tan joven, una joven apenas salida de la adolescencia que inmediatamente se enamoraba de este personaje. Era necesario hacer absolutamente creíble esta historia de amor imposible, con un sacerdote, que además podría ser, desde el punto de vista de la edad, el padre de la joven. Mylène Demongeot esperaba de hecho que terminaría frente a un hombre mucho más joven que este.
Si tuviéramos que dar unas pequeñas pinceladas sobre el contenido de la misma, podríamos aventurarnos a decir que se trata de un melodrama disfrazado de western cuanto menos desconcertante. Para empezar, Dirk Bogarde interpreta a un bandido vestido de cuero, armado con una fusta y amante de los gatos. Al estar todo vestido de negro, inmediatamente asumimos que se trata del antagonista. La acción tiene lugar en un destartalado pueblo, y aunque todos visten como si se tratara de una película ambientada en la época far west... ¡Sorpresa! Aparece un coche y nos damos cuenta de que realmente todo transcurre en la década de los 50s, aunque tuviera la atmosfera de un western convencional.
Como en la mayoría de films del género, la primera mitad de la película sigue la clásica lucha entre el bien y el mal. El padre Keogh (John Mills) es enviado a una pequeña localidad mejicana para que reemplace al viejo párroco. Anacleto (Dirk Bogarde) odia a la iglesia y quiere echar a Mills de la ciudad por todos los medios. Sus infructuosos intentos para acabar con Mills desembocan en una serie de momentos de lo mas camp, como la escena en que los frenos del coche del sacerdote fallan en mitad de una traicionera carretera de montaña, consiguiendo finalmente engañar a la muerte por poco, en una escena muy similar a la que tiene lugar en la Trama (1976) de Alfred Hitchcock. En un segundo intento, el padre Keogh se salva de ser herido por un machete gracias a la divina protección que le brinda una Biblia. A la luz de los acontecimientos, el villano aparentemente decide darse por vencido y él y su banda se marchan de la ciudad. Ese momento cierra la primera de las dos partes (en cuanto a tono) que conforman el film.
En la segunda mitad de la película es donde está claramente el meollo de todo este asunto. El villano vuelve supuestamente arrepentido y el sacerdote decide acogerlo en su propia casa. A partir de ese instante, la única cosa clara es que cada vez que hay un dialogo privado entre Bogarde y Mills saltan chispas. Sin duda sentimos la tensión existente entre ambos. Obviando la leyenda, pasando por alto los ríos de tinta que han corrido sobre los famosos pantalones de cuero ajustados, y sin entrar en el cómo; el personaje de Bogarde es desde luego el que aporta otra dimensión a la película. Se necesita un gran talento para sostener un personaje de estas características. Entrevemos el mensaje, pero siempre de forma velada, notamos un poco de autocensura por parte del director que tiene miedo a caer en un callejón sin salida. Pero este subtexto velado, es a su vez el principal encanto de la película. Un subtexto introducido de forma sutil, a través de las miradas y gestos que dirige al sacerdote. Esa segunda lectura es la que catapulta al film al status de obra de culto. Hoy, con el tiempo a nuestro favor, muchos se lamentarán por qué no llegaron más lejos entonces, pero la película fue mucho más que atrevida considerando que se rodó en 1961. Para entonces, contar una historia con un triangulo amoroso entre una joven, un cura y un bandido, era bastante heavy para la época, y sobre todo, para una película británica.
«Debe ser desgarrador enamorarse de un hombre que nunca podrás tener. Te entiendo.»
Anacleto (Dirk Bogarde)
¿Es la religión lo que lo convierte en un gran hombre? ¿O es el hombre, quien es un personaje excepcional? ¿Es la canción hermosa? O simplemente el cantante que la hace hermosa. Si bien aquí se la conoció como El demonio, la carne y el perdón, el título original de la película y de la novela homónima era The Singer Not the Song. Un título que no daba pie a las otras lecturas, que sí se le podían dar al original. No es la canción lo que le interesa (a Bogarde) sino el cantante (Mills).
No daremos más pie al debate de si el subtexto gay ya estaba en el libreto, si el director estaba o no en el ajo, o si todo se debía aquella mítica frase de Bogarde tantas veces reproducida «Te prometo, que si Johnny (Mills) interpreta al sacerdote, haré la vida imposible a todos los involucrados». Supuestamente Bogarde se enfundó aquel inusual vestuario como contrapartida por aquel encontronazo.
Más allá de si fue aquello lo que ocurrió o no, lo endiabladamente divertido sin duda alguna es ser consciente de que esa doble lectura está ahí, para ir descifrando lo que va ocurriendo en todo momento. Ya sea por el puro morbo o porque para muchos se trata de una gran película; no podéis dejar de verla.