En 1963 nada anticipaba todavía el extraordinario oasis de subversión creativa en que acabaría convirtiéndose el cine de Jess Franco. Rififí en la ciudad fue el primero de los dos acercamientos del director al cine negro a principios de los sesenta (junto con La muerte silba un blues que vino justo un año después).
En Rififí, Franco transforma un material rutinario en un ejercicio de estilo a todas luces excepcional. Todas las imágenes, todas y cada una de las perspectivas de cámara, están elegidas con mimo. Sorprende la pasmosa facilidad con la que Franco y Godofredo Pacheco (su director de fotografía) lograron encadenar una fabulosa composición de plano tras otra. Si alguien buscaba pruebas de la capacidad del director tras las cámaras, aquí se marcó un recital de primer orden, jugando de forma virtuosa con los habituales ingredientes del cine negro y el policíaco.
Es bien sabido que el título Rififí en la ciudad alude directamente al de aquella película clave del polar francés (Rififi, Jules Dasin, 1955). Si bien la película de Franco no tiene conexión alguna con el original (salvo la participación Jean Servais y Robert Manuel en el reparto), cincuenta y siete segundos son suficientes para que relacionemos instintivamente la película de Jess Franco con Sed de mal (Orson Welles, 1958). A más de uno le resultará inevitable pensar en ello en el preciso instante que suenan esos bongos; eso sí, salvando las distancias entre dos bandas sonoras que pertenecen a géneros musicales distintos (la de Sed de mal más cercana quizás al Jazz y la de Rififí a la bossa nova; al menos si hablamos del tema inicial). El uso de esos motivos musicales en Sed de mal se correspondía con una analogía a los cruces fronterizos, la representación étnica y el mestizaje, en Rififí en la ciudad, en cambio, se trata de una suerte de viaje intercontinental para borrar cualquier tipo de conexión del film con los lugares en los que se rodó.
La historia, basada en una novela de Exbrayat, un buen serie negra francés, sucedía en Barcelona, e iba de un policía cornudo enfrentado a una mafia de políticos corruptos. Era una buena historia pero si yo la situaba en España, era seguro que la censura me la tumbaría [...] Yo hice sólo un truco geográfico y situé la historia en Centroamérica, donde era igualmente posible y la censura tragaba con todos los elementos.1
A poco que escarbemos en Rififí en la ciudad nos damos cuenta de que está repleta de referencias al trabajo de Orson Welles, la más sonada siempre fue aquella escena del acuario que alude directamente a La dama de Shangai (1947). En ambas además aparece una tortuga nadando en el fondo.
El grueso de la conversación en esta secuencia se desarrolla en una toma que se convierte en toda una exhibición de iluminación, con dos primeros planos magníficos y una impresionante composición en profundidad, coronado por unas pequeñas reflexiones de agua rebotando en las paredes.
Os preguntaréis, y con razón, el porqué de su particular filia por el cine de Welles, y quién mejor que el propio Jesús Franco para responder a estas dudas con una anécdota totalmente esclarecedora:
Adoraba a Welles desde Ciudadano Kane, y su estilo de hacer cine había influido muchísimo en mi trabajo. (Welles) Quería un director de segunda unidad [...] Sus colaboradores, sobre todo Juan Cobos, le habían hablado de mí y parece que había visto en París un cacho de La muerte silba un blues y le había gustado. Emiliano, que tenía otros candidatos, intentó disuadirle [...] le dijo que yo era muy mal director y que le iba a pasar mi última película, Rififí, producida por su socio, y que era un auténtico desastre. Emiliano ignoraba que la película era un homenaje total a Welles. Al cabo de media hora de proyección, se levantó y le dijo a Emiliano: «Llámale ahora mismo».2
Aclarado este punto, solo queda por apuntar que Jesús Franco acabó sirviendo como ayudante de dirección en Campanadas de medianoche (1965). Como homenaje total a Welles, encontramos en Rififí en la ciudad muchos de sus tics habituales (planos que trabajan con el espacio profundo y la profundidad de campo, tomas de ángulo bajo, planos holandeses, juego con los espejos, primeros planos muy expresivos…) eso sí aplicados dentro de las posibilidades de una modesta producción española de principios de los sesenta.
Franco Rodriguez, J. (2004). Memorias del tio Jess (pp. 255-256). Madrid : Aguilar.
Ídem (pp. 256-257)